Mito 1: no te sientas mal
Como
sociedad, es una respuesta que aparece inmediatamente ante situaciones como
puede ser la muerte de alguien. Por ejemplo, decirle al hijo de una anciana que
acaba de fallecer: “No te sientas mal, vivió una larga vida”, o “No te sientas
mal, al menos no sufrió”.
No hacemos este
tipo de comentarios habiéndolos analizado detenida y objetivamente, ya que nos
daríamos cuenta que en realidad no son un consuelo para alguien que acaba de
sufrir una pérdida, porque el sufrimiento está ahí, es una respuesta natural, y
con ese comentario lo que transmitimos es que no debería ser así, que ese
sentimiento debe cesar o, al menos, no expresarse.
Si es un tipo de
expresión que usamos comúnmente, es muy probable que los niños la hayan
escuchado, o incluso que los propios padres, al comunicar la muerte, la hayan
usado. De esta forma, en lugar de animarlos a hablar sobre sus dudas o expresar
sus sentimientos, alentamos que los niños entren en contradicción con su propia
naturaleza.
Que las personas
que nos quieren deseen que no nos sintamos mal es un sentimiento bonito y una
buena intención, pero la realidad es que hay situaciones en las que tenemos
derecho a sentirnos mal.
Si cuando nos
ocurre algo bueno es aceptable sentirnos contentos, debería ser igualmente
aceptable sentir pena o dolor cuando es algo malo lo que nos ocurre. Son
sentimientos naturales ante un suceso, que nos permiten expresar lo que
sentimos ante algo que ha ocurrido, es decir, es una consecuencia adaptativa.
No debemos
identificar un sentimiento desagradable con un sentimiento negativo. Nadie
quiere sentirse triste, pero eso no significa que estar triste sea algo malo.
Mito 2: Reemplaza la pérdida
Otra
de las grandes ideas extendidas sobre el dolor es que éste se puede mitigar
tratando de sustituir el objeto perdido (sea o no un objeto) por otro nuevo.
Esta forma de
hacer frente al dolor niega la importancia entre el niño y el objeto/mascota o
persona perdida. Además, introduce la idea de que las relaciones significativas
son algo pasajero y reemplazables, y crea la ilusión de que la relación
establecida anteriormente se puede crear nuevamente con un objeto diferente.
Este
suele ser el caso de los juguetes o las mascotas, donde los padres, si se
pierde, rompe o muere, consuelan al niño con la idea de que no deben sufrir
porque pronto tendrás un juguete o mascota nuevos.
Las relaciones
con personas, animales, e incluso con objetos queridos, son únicas. Puede haber
parecidos o similitudes, pero nunca son idénticas, y por lo tanto, no son
reemplazables. Sí es posible crear una nueva relación con ese nuevo objeto,
pero para ello primero hay que completar la relación con el objeto perdido.
En
el caso de que esta idea arraigue, los niños llegarán a adolescentes con ella,
y la generalizarán o se la manifestarán ante otro tipo de pérdidas de
relaciones, como puede ser una ruptura sentimental. La frase “Hay muchos peces
en el mar” se repite en gran parte de los discursos de padres cuyos hijos están
tristes por haber terminado una relación a esta edad.
Se transmite así
la idea de “No te sientas mal…búscate una nueva novia”, igual que antes
reemplazaban una bicicleta rota por otra nueva o un perro muerto por un cachorro
nuevo.
La
razón de que esta idea esté tan extendida es prolongación del mito anterior, ya
que de lo que se trata al sustituir la relación anterior por una nueva es tapar
el dolor, que no se manifieste, “curarlo”.
mito 3: sufre a solas
La
idea de que es mejor sufrir estando solo tampoco es necesariamente adecuada.
Puede que haya personas que necesiten pasar momentos a solas para asimilar el
dolor o pensar, pero eso no significa que debamos mantenernos alejados cuando
alguien sufre.
Si una persona
que acaba de sufrir una pérdida desea estar sola, lo manifestará, pero no
podemos asumir que mantener la distancia es lo apropiado en cualquier caso o lo
más beneficioso.
La
señal que contradice esta idea es evolutiva. Cuando un bebé tiene cualquier
tipo de incomodidad llora para pedir ayuda, comunican la necesidad de que
alguien acuda a ayudar. Y en la esencia de la respuesta de los padres que
acuden está la idea de que el niño no está solo.
Lo
que transmitimos a los niños con frases como: “Si vas a llorar vete a tu
habitación” es que expresar emociones está mal, llorar se castiga con rechazo.
Esto nos remite una vez más al primer mito: no te sientas mal.
Las personas
sufren solas por miedo a ser juzgadas o criticadas por esos sentimientos que
“no deberían tener”, por miedo a no recibir apoyo y comprensión.
mito 4: sé fuerte
La
base de este mito es la idea de que ser fuerte es un sinónimo de no mostrar
nuestras emociones ante los demás, y especialmente delante de los niños. Ante
una crisis hay que ser fuerte “por los niños” o “por otros”.
Si nos guiamos
por esta definición de fortaleza habremos de elegir entre ser fuerte o ser
humano, puesto que sentir es parte de nuestra naturaleza, y esos sentimientos
implican una serie de conductas o expresiones, como son reír o llorar.
Sin
embargo, es posible ser humano y llevar a cabo tareas que parecen imposibles o
abrumadoras, que requieren fuerza, una fuerza entendida como la demostración
natural de las emociones. La expresión adecuada de emociones ahorra energía
para hacer frente a la vida al liberarla en el momento apropiado.
La alternativa
es contener los sentimientos, lo que produce explosiones.
mito 5: mantente ocupado
Mantenerse
ocupado en un momento de duelo puede constituir una ilusión peligrosa porque,
además de fatigar, lleva a la conclusión de que con el pasar de los días y
meses se ha hecho algo constructivo para elaborar el duelo.
Sin embargo, lo
que se consigue con la actividad constante es distraer a la persona, de forma
que no siente el dolor de la pérdida porque ha ido postergando las emociones
por no tener tiempo para ellas.
El problema es
que las emociones causadas por una situación dolorosa o apenante no se
desvanecen fácilmente. El dolor se mantiene y reaparece en el momento en que la
persona activa se detiene.
En
algunos casos, sobre todo en lo que concierne a los niños, esta actividad no se
produce para paliar el dolor de forma consciente.
Un ejemplo de
esto es el caso del colegio. Una de las reacciones que se han nombrado como
habituales ante una pérdida es la bajada en el rendimiento debido a la pena y
la preocupación. Esto que se podría comprender en un adulto, en un niño se considera
un problema disciplinario, porque no está cumpliendo con su deber escolar. La
consecuencia es un castigo, que lleva al niño a retomar su actividad y
rendimiento habitual, con lo que no termina de expresar sus sentimientos o de
llevar a cabo alguna de las tareas del duelo.
Otra vía para
llegar a que un niño presente una conducta problemática o excesiva es la falta
de escucha a la que son sometidos cuando intentan hablar de los sentimientos
que manifiestan en relación con el duelo. Todas las formas de evitación que se
les transmiten (no te sientas mal, tienes que ser fuerte, mantente ocupado)
derivan en que los niños abandonan sus intentos de comunicación y sepultan sus
sentimientos.
Esos
sentimientos que no llegan a salir o a reconocerse generan una energía que
necesitan liberar, por lo que comienzan a desarrollar problemas de conducta.
mito 6: el tiempo lo cura todo
Esta
idea se basa parcialmente en la realidad, ya que la recuperación de una pérdida
necesita tiempo. Pero no se deben confundir ambas ideas: sanar una herida lleva
tiempo, pero no es el tiempo el que cura la herida.
La idea nace de
que, según nos vamos acomodando a la nueva situación y aceptamos la realidad de
la pérdida, parte del dolor disminuye de forma natural, por lo que asociamos esa
disminución del dolor al tiempo transcurrido.
Un
ejemplo claro del arraigamiento de estos mitos en nuestra sociedad es la baja
por fallecimiento de un familiar. Mientras que para curar un brazo roto se
obtiene una baja de entre cuatro y seis semanas, con un beneplácito común (la
gente firma en la escayola y comprende la necesidad de ese tiempo de baja);
cuando se trata de manejar la muerte de alguien, y los sentimientos que esa
muerte produce, el tiempo aceptado son tres días.
Se espera además
que la vuelta al trabajo sea con pleno rendimiento y buen estado de ánimo,
porque al fin y al cabo, es el tiempo el que va a curar esos sentimientos y
mientras hay que mantenerse ocupado y ser fuerte.
Esto que se
aplica a los adultos es igualmente esperable en el caso de los niños, con el
estigma añadido de que se espera que un niño sea alegre y animoso, sea cual sea
la situación, porque los niños no deben pasarlo mal. Y si lo hacen, les damos
tareas para mantenerlos ocupados, le quitamos importancia o castigamos su pena
con rechazo.
Todos
estos mitos, se transmiten en forma de frases hechas, una de las cosas que se
deben evitar al acompañar a una persona que sufre por una pérdida. Otras de las
actitudes que no ayudan a la persona en duelo son:
§ El
duelo se supera: el duelo nunca se supera, porque no es algo que se cure, sino
que la persona se recupera porque acepta la pérdida, pero no olvida a la
persona fallecida y pasará por momentos difíciles en fechas señaladas, donde el
recuerdo es más intenso.
§ Empeñarse
en animar o tranquilizar al niño: hay que escuchar lo que el niño intenta
expresar, animar a que lo haga, y tratar de animar o tranquilizar rechazan esa
comunicación.
§ Quitarle
importancia a lo sucedido hablando de lo que aún queda y de las cosas por las
que debería estar agradecido (“Deberías dar gracias, tú al menos sigues
vivo”..)
§ Decirle
lo que tiene que hacer o cómo debería sentirse (“Deberías salir más”…)
§ “Sé
cómo te sientes”: el duelo es un proceso individual y personal, nadie sabe
exactamente por lo que está pasando o sintiendo otra persona.
§ La
intensidad y la duración del duelo son pruebas de amor al difunto: el duelo es
un proceso individual y personal y una duración y una intensidad excesivas
podrían ser señal de un duelo patológico. Elaborar el duelo implica
recuperarse, no olvidar, por lo que continuar con la vida no significa dejar de
querer o querer menos.
§ El
duelo sólo afecta psicológicamente: el duelo supone una serie de reacciones
físicas, como insomnio, problemas de alimentación…algunas de ellas como
resultado de los síntomas psicológicos
§ Los
niños no se dan cuenta de lo que sucede tras una pérdida
§ Los
niños y adolescentes no elaboran el duelo
§ Los
adultos debemos protegerlos del dolor y el sufrimiento: la protección tal y
como se plantea aquí se entiende como exclusión, los niños la viven como abandono y soledad.
Lo que se debe hacer para protegerlos mejor es incorporarlos a los procesos
familiares (afrontar la situación como una familia).
§ Es
mejor no incorporar a los niños en los rituales: los niños tienen la capacidad
de comprender los rituales si se los explicamos, y participar en ellos les da
sensación de inclusión, de acompañamiento y facilita la expresión de emociones.
Les ayuda a ver qué ocurre con el fallecido, a aceptar la realidad de la
pérdida y a experimentar el apoyo social.
Acudir a uno de los
rituales es decisión del niño, que se considere algo beneficioso sólo afecta al
hecho de que nos acompañe si es su deseo, no a que haya que hacerles pasar por
ello obligatoriamente.
Espero que ayude. Y ya sabéis, si tenéis alguna duda o comentario, no dudéis en escribir en el espacio de comentarios o al correo! psicologiacreciendo@gmail.com
Higinia Fernández Peña
www.psicologiacreciendo.com
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