domingo, 28 de diciembre de 2014

Mitos del duelo

Mito 1: no te sientas mal

Como sociedad, es una respuesta que aparece inmediatamente ante situaciones como puede ser la muerte de alguien. Por ejemplo, decirle al hijo de una anciana que acaba de fallecer: “No te sientas mal, vivió una larga vida”, o “No te sientas mal, al menos no sufrió”.
No hacemos este tipo de comentarios habiéndolos analizado detenida y objetivamente, ya que nos daríamos cuenta que en realidad no son un consuelo para alguien que acaba de sufrir una pérdida, porque el sufrimiento está ahí, es una respuesta natural, y con ese comentario lo que transmitimos es que no debería ser así, que ese sentimiento debe cesar o, al menos, no expresarse.

Si es un tipo de expresión que usamos comúnmente, es muy probable que los niños la hayan escuchado, o incluso que los propios padres, al comunicar la muerte, la hayan usado. De esta forma, en lugar de animarlos a hablar sobre sus dudas o expresar sus sentimientos, alentamos que los niños entren en contradicción con su propia naturaleza.

Que las personas que nos quieren deseen que no nos sintamos mal es un sentimiento bonito y una buena intención, pero la realidad es que hay situaciones en las que tenemos derecho a sentirnos mal.
Si cuando nos ocurre algo bueno es aceptable sentirnos contentos, debería ser igualmente aceptable sentir pena o dolor cuando es algo malo lo que nos ocurre. Son sentimientos naturales ante un suceso, que nos permiten expresar lo que sentimos ante algo que ha ocurrido, es decir, es una consecuencia adaptativa.

No debemos identificar un sentimiento desagradable con un sentimiento negativo. Nadie quiere sentirse triste, pero eso no significa que estar triste sea algo malo.


Mito 2: Reemplaza la pérdida

Otra de las grandes ideas extendidas sobre el dolor es que éste se puede mitigar tratando de sustituir el objeto perdido (sea o no un objeto) por otro nuevo.
Esta forma de hacer frente al dolor niega la importancia entre el niño y el objeto/mascota o persona perdida. Además, introduce la idea de que las relaciones significativas son algo pasajero y reemplazables, y crea la ilusión de que la relación establecida anteriormente se puede crear nuevamente con un objeto diferente. 

Este suele ser el caso de los juguetes o las mascotas, donde los padres, si se pierde, rompe o muere, consuelan al niño con la idea de que no deben sufrir porque pronto tendrás un juguete o mascota nuevos.

Las relaciones con personas, animales, e incluso con objetos queridos, son únicas. Puede haber parecidos o similitudes, pero nunca son idénticas, y por lo tanto, no son reemplazables. Sí es posible crear una nueva relación con ese nuevo objeto, pero para ello primero hay que completar la relación con el objeto perdido.

En el caso de que esta idea arraigue, los niños llegarán a adolescentes con ella, y la generalizarán o se la manifestarán ante otro tipo de pérdidas de relaciones, como puede ser una ruptura sentimental. La frase “Hay muchos peces en el mar” se repite en gran parte de los discursos de padres cuyos hijos están tristes por haber terminado una relación a esta edad.
Se transmite así la idea de “No te sientas mal…búscate una nueva novia”, igual que antes reemplazaban una bicicleta rota por otra nueva o un perro muerto por un cachorro nuevo.

La razón de que esta idea esté tan extendida es prolongación del mito anterior, ya que de lo que se trata al sustituir la relación anterior por una nueva es tapar el dolor, que no se manifieste, “curarlo”.


mito 3: sufre a solas

La idea de que es mejor sufrir estando solo tampoco es necesariamente adecuada. Puede que haya personas que necesiten pasar momentos a solas para asimilar el dolor o pensar, pero eso no significa que debamos mantenernos alejados cuando alguien sufre.
Si una persona que acaba de sufrir una pérdida desea estar sola, lo manifestará, pero no podemos asumir que mantener la distancia es lo apropiado en cualquier caso o lo más beneficioso.

La señal que contradice esta idea es evolutiva. Cuando un bebé tiene cualquier tipo de incomodidad llora para pedir ayuda, comunican la necesidad de que alguien acuda a ayudar. Y en la esencia de la respuesta de los padres que acuden está la idea de que el niño no está solo.

Lo que transmitimos a los niños con frases como: “Si vas a llorar vete a tu habitación” es que expresar emociones está mal, llorar se castiga con rechazo. Esto nos remite una vez más al primer mito: no te sientas mal.
Las personas sufren solas por miedo a ser juzgadas o criticadas por esos sentimientos que “no deberían tener”, por miedo a no recibir apoyo y comprensión.


mito 4: sé fuerte

La base de este mito es la idea de que ser fuerte es un sinónimo de no mostrar nuestras emociones ante los demás, y especialmente delante de los niños. Ante una crisis hay que ser fuerte “por los niños” o “por otros”.
Si nos guiamos por esta definición de fortaleza habremos de elegir entre ser fuerte o ser humano, puesto que sentir es parte de nuestra naturaleza, y esos sentimientos implican una serie de conductas o expresiones, como son reír o llorar.
  
Sin embargo, es posible ser humano y llevar a cabo tareas que parecen imposibles o abrumadoras, que requieren fuerza, una fuerza entendida como la demostración natural de las emociones. La expresión adecuada de emociones ahorra energía para hacer frente a la vida al liberarla en el momento apropiado.
La alternativa es contener los sentimientos, lo que produce explosiones.


mito 5: mantente ocupado

Mantenerse ocupado en un momento de duelo puede constituir una ilusión peligrosa porque, además de fatigar, lleva a la conclusión de que con el pasar de los días y meses se ha hecho algo constructivo para elaborar el duelo.
Sin embargo, lo que se consigue con la actividad constante es distraer a la persona, de forma que no siente el dolor de la pérdida porque ha ido postergando las emociones por no tener tiempo para ellas.

El problema es que las emociones causadas por una situación dolorosa o apenante no se desvanecen fácilmente. El dolor se mantiene y reaparece en el momento en que la persona activa se detiene.

En algunos casos, sobre todo en lo que concierne a los niños, esta actividad no se produce para paliar el dolor de forma consciente.
Un ejemplo de esto es el caso del colegio. Una de las reacciones que se han nombrado como habituales ante una pérdida es la bajada en el rendimiento debido a la pena y la preocupación. Esto que se podría comprender en un adulto, en un niño se considera un problema disciplinario, porque no está cumpliendo con su deber escolar. La consecuencia es un castigo, que lleva al niño a retomar su actividad y rendimiento habitual, con lo que no termina de expresar sus sentimientos o de llevar a cabo alguna de las tareas del duelo.

Otra vía para llegar a que un niño presente una conducta problemática o excesiva es la falta de escucha a la que son sometidos cuando intentan hablar de los sentimientos que manifiestan en relación con el duelo. Todas las formas de evitación que se les transmiten (no te sientas mal, tienes que ser fuerte, mantente ocupado) derivan en que los niños abandonan sus intentos de comunicación y sepultan sus sentimientos.
Esos sentimientos que no llegan a salir o a reconocerse generan una energía que necesitan liberar, por lo que comienzan a desarrollar problemas de conducta.


mito 6: el tiempo lo cura todo

Esta idea se basa parcialmente en la realidad, ya que la recuperación de una pérdida necesita tiempo. Pero no se deben confundir ambas ideas: sanar una herida lleva tiempo, pero no es el tiempo el que cura la herida.
La idea nace de que, según nos vamos acomodando a la nueva situación y aceptamos la realidad de la pérdida, parte del dolor disminuye de forma natural, por lo que asociamos esa disminución del dolor al tiempo transcurrido.




Un ejemplo claro del arraigamiento de estos mitos en nuestra sociedad es la baja por fallecimiento de un familiar. Mientras que para curar un brazo roto se obtiene una baja de entre cuatro y seis semanas, con un beneplácito común (la gente firma en la escayola y comprende la necesidad de ese tiempo de baja); cuando se trata de manejar la muerte de alguien, y los sentimientos que esa muerte produce, el tiempo aceptado son tres días.
Se espera además que la vuelta al trabajo sea con pleno rendimiento y buen estado de ánimo, porque al fin y al cabo, es el tiempo el que va a curar esos sentimientos y mientras hay que mantenerse ocupado y ser fuerte.

Esto que se aplica a los adultos es igualmente esperable en el caso de los niños, con el estigma añadido de que se espera que un niño sea alegre y animoso, sea cual sea la situación, porque los niños no deben pasarlo mal. Y si lo hacen, les damos tareas para mantenerlos ocupados, le quitamos importancia o castigamos su pena con rechazo.

Todos estos mitos, se transmiten en forma de frases hechas, una de las cosas que se deben evitar al acompañar a una persona que sufre por una pérdida. Otras de las actitudes que no ayudan a la persona en duelo son:

§  El duelo se supera: el duelo nunca se supera, porque no es algo que se cure, sino que la persona se recupera porque acepta la pérdida, pero no olvida a la persona fallecida y pasará por momentos difíciles en fechas señaladas, donde el recuerdo es más intenso.
§  Empeñarse en animar o tranquilizar al niño: hay que escuchar lo que el niño intenta expresar, animar a que lo haga, y tratar de animar o tranquilizar rechazan esa comunicación.
§  Quitarle importancia a lo sucedido hablando de lo que aún queda y de las cosas por las que debería estar agradecido (“Deberías dar gracias, tú al menos sigues vivo”..)
§  Decirle lo que tiene que hacer o cómo debería sentirse (“Deberías salir más”…)
§  Sé cómo te sientes”: el duelo es un proceso individual y personal, nadie sabe exactamente por lo que está pasando o sintiendo otra persona.
§  La intensidad y la duración del duelo son pruebas de amor al difunto: el duelo es un proceso individual y personal y una duración y una intensidad excesivas podrían ser señal de un duelo patológico. Elaborar el duelo implica recuperarse, no olvidar, por lo que continuar con la vida no significa dejar de querer o querer menos.
§  El duelo sólo afecta psicológicamente: el duelo supone una serie de reacciones físicas, como insomnio, problemas de alimentación…algunas de ellas como resultado de los síntomas psicológicos
§  Los niños no se dan cuenta de lo que sucede tras una pérdida
§  Los niños y adolescentes no elaboran el duelo
§  Los adultos debemos protegerlos del dolor y el sufrimiento: la protección tal y como se plantea aquí se entiende como exclusión,  los niños la viven como abandono y soledad. Lo que se debe hacer para protegerlos mejor es incorporarlos a los procesos familiares (afrontar la situación como una familia).
§  Es mejor no incorporar a los niños en los rituales: los niños tienen la capacidad de comprender los rituales si se los explicamos, y participar en ellos les da sensación de inclusión, de acompañamiento y facilita la expresión de emociones. Les ayuda a ver qué ocurre con el fallecido, a aceptar la realidad de la pérdida y a experimentar el apoyo social.
Acudir a uno de los rituales es decisión del niño, que se considere algo beneficioso sólo afecta al hecho de que nos acompañe si es su deseo, no a que haya que hacerles pasar por ello obligatoriamente.




Espero que ayude. Y ya sabéis, si tenéis alguna duda o comentario, no dudéis en escribir en el espacio de comentarios o al correo! psicologiacreciendo@gmail.com


Higinia Fernández Peña
 www.psicologiacreciendo.com

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