miércoles, 28 de mayo de 2014

Los padres perfectos no existen

Al revisar las entradas publicadas mientras pensaba en el próximo tema, me he dado cuenta de que poder dar indicaciones de una forma global es estupendo, porque ofrece la oportunidad de ayudar a más gente de una vez, aconsejar y guiar a padres que quizá sólo necesitan eso, una guía. Pero me ha asaltado la idea de que también es algo muy peligroso.

Siempre tuve claro que existe un riesgo cuando uno da pautas de forma general y no personalizada, ya que cada familia tiene una situación concreta y cada niño es único, pero la idea siempre ha sido que esas pautas sirvan para guiar un poco la actuación de los padres, unificar de forma práctica tantos consejos pedagógicos de libros que se contradicen y acercar la labor del psicólogo infantil, para aceptar la necesidad de ayuda profesional y pedirla si fuera el caso.

Pero ha sido hoy cuando he caído en la cuenta de otro peligro que no había visto antes: la idea que se pueden formar los padres sobre lo que "tienen" que ser y hacer.

Es cierto que todas estas pautas son las mismas que doy en terapia, y es cierto que les pido mucho a los padres cuando les pido que las cumplan, porque es un cambio para ellos y no son pautas fáciles de aceptar y cumplir, porque no son sólo pautas, son estilos de vida que hay que mantener 24 horas al día, 7 días a la semana, estén cansados, tristes, enfadados, les apetezca en ese momento o no.

Pero cuando la terapia es en persona no sólo doy pautas, sino que las adapto a la familia, a su situación y posibilidades, ya que en general no se puede implantar un comportamiento de forma drástica y en todos los aspectos, sino que se va incorporado poco a poco, de más fácil a más difícil: casi es como un juego por niveles, según se supera un nivel se pasa al siguiente y va subiendo la dificultad.


El otro aspecto que me preocupa de estas pautas virtuales es que en sesión se ofrece apoyo, porque sé lo difícil que es cumplir lo que les pido, y sobre todo, valoro lo que van consiguiendo. Una vez a la semana tienen la oportunidad de comentarme lo que han podido hacer, lo que no han sido capaces de aplicar, las razones de ello, los problemas con que se han encontrado, lo que les ha resultado fácil y difícil... Y yo readapto según lo que me cuentan, y ajusto sus expectativas: le doy el valor real a lo que han hecho, a su esfuerzo, que normalmente es lo que ningún padre ve. Les hago ver que hay que tener paciencia, que no se pueden flagelar por haber cedido un día que estaban cansados o les doy la caña que necesitan para seguir y les recuerdo la importancia de lo que hacen y la responsabilidad que tienen.

Está muy bien ser exigentes con vosotros mismos, querer ser lo mejor padres posible, porque criar un hijo es un compromiso enorme, pero creo que es importante decir que
LOS PADRES PERFECTOS NO EXISTEN.  
Recordad que sois personas, y que cometéis fallos, que lo importante es que cada día intentéis hacerlo lo mejor posible, y sobre todo, que si estáis leyendo este blog o cualquier otro es porque os importa ser buenos padres, porque buscáis información y ayuda para la gran tarea que se os ha dado. Ese deseo, ese interés, es lo importante, es lo que os lleva a convertiros en los padres "perfectos".


A veces conviene olvidarse por un momento de todo lo "malo" que hacen o de lo que no conseguís: Dadles cariño, queredlos mucho y pararos a pensar en todo lo bueno que tienen, en todo lo que os gusta de ellos y que es gracias a vosotros. 
No olvidéis decirles a ellos esas cosas que os gustan. 


Educar es un trabajo muy duro que no tiene vacaciones ni descansos, y es imposible hacerlo siempre todo bien. Los psicólogos estamos para apoyaros y ayudar en lo que podamos, así que usadnos, y si tenéis dudas o queréis que hablemos sobre algún tema concreto...no dudéis en preguntar o decírnoslo: dejando un comentario en el blog o escribiendo al correo psicologiacreciendo@gmail.com 

Higinia Fernández Peña
www.psicologiacreciendo.com

viernes, 23 de mayo de 2014

Reforzar y castigar. Parte 2

Como vimos en la primera parte, la atención es un arma de doble filo. Entonces...¿qué hacemos?¿Cómo controlamos a un niño sin prestarle atención?

No se trata de ignorar las conductas inadecuadas, por supuesto, y por ello lo primero que deberíamos hacer es establecer con nuestra pareja qué normas de educación son las que queremos aplicar con nuestros hijos (sentarnos tranquilamente con papel y lápiz y decidir qué consideramos límites principales, llegar a un acuerdo que los dos estemos dispuestos a observar y cumplir). Porque esto sí es necesario: ambos progenitores, nuevas parejas de los padres o abuelos si cuidan de ellos...TODOS deben hacer cumplir las mismas normas para que los niños aprendan a aceptarlas y las cumplan.

Al principio lo mejor es empezar con unas pocas, sobre todo si los niños no están acostumbrados a los límites, porque pocas y bien es más fácil de asimilar para ellos y de manejar  para nosotros. Ya habrá tiempo de añadir nuevas normas cuando las básicas se hayan asentado.


Una vez que hemos decidido las normas, hay que decidir también qué consecuencias va a haber si no se cumplen. Aquí hay que tener en cuenta tres cosas: los castigos deben ser adecuados a la edad y a la falta, personalizados (cosas que les importen) y deben ser inmediatos a la conducta, sobre todo cuando son pequeños. Deben poder asociar la conducta inadecuada a la consecuencia negativa para dejar de hacerlo. Si a un niño que no hace los deberes hoy se le castiga con no ir al parque el fin de semana, lo más probable es que al día siguiente no los haga tampoco, porque la consecuencia está muy lejos (no ha sufrido nada negativo) y total, de todas formas ya no hay parque el finde aunque se porte bien el resto de días.
Si dejamos claro que la norma es que no se ve la TV/ juega con videojuegos/juega con los padres/usa el móvil...hasta que no haya hecho los deberes, ya conoce la norma y la consecuencia, y sabe que si un día no hace los deberes, ese día no juega; pero a la vez le damos la posibilidad de que al día siguiente sí puede jugar si los hace.

Debemos intentar que la norma quede establecida de forma positiva: La tele se ve después de hacer los deberes o Los deberes se hacen antes de ver la tele en lugar de decirla en versión negativa: NO se ve la tele hasta que NO se hacen los deberes. 
Si una norma se dice en positivo es más fácil que se cumpla, porque se ve como regla y no como prohibición.


Los niños deben saber las normas y conocer qué consecuencias tiene no cumplirlas.

Como saben lo que va a ocurrir, no hace falta repetírselo. Si realiza la conducta, sencillamente se le aplica la consecuencia. Es muy importante la forma de hacerlo: sin levantar la voz, de forma calmada y sobre todo, sin entrar en discusiones o explicaciones. Por ejemplo, si el niño llegase a casa y encendiese la tele, sencillamente cogeríamos el mando y la apagaríamos, recordándole que la tele se ve cuando están los deberes hechos. Si insistiese, gritase o llorase debemos no hacerle caso (ir a ayudar a los hermanos, a hacer las tareas de casa o cualquier otra cosa que no sea estar con él) y si lo que hace es volver a encenderla, le quitamos el cable del enchufe (no entramos en la dinámica de yo apago-tú enciendes, porque es un juego de poder que nos mantiene pendientes de él). La cuestión es que vean que nos mantenemos firmes y que no nos gusta ese comportamiento y por eso lo ignoramos.


Puede que haya conductas que no nos parezcan adecuadas pero no entren dentro de las normas generales que hemos establecido, por lo que habrá que decidir en el momento qué consecuencia va a tener, pero en este caso, como el niño no está avisado de antemano de un posible castigo y puede que no sepa que su conducta no es adecuada, hay que advertir primero, diciendo lo que debe hacer o dejar de hacer y seguidamente lo que ocurrirá si no obedece. Por ejemplo: Si no terminas de comer no hay postre.
Una vez más, lo mejor es decir la frase en positivo, "empujando" al niño a hacer lo que buscamos, no amenazar para evitar lo que no queremos. En el ejemplo anterior, sería: Venga, que en cuanto termines te traigo las natillas/yogur/gelatina/fresas... De esta forma le recordamos lo que va a conseguir en vez de amenazar con que lo va a perder si no hace lo que queremos.


Las consecuencias se deben cumplir SIEMPRE, aunque estemos cansados, aunque ellos insistan...no es fácil, y muchas veces tenemos la tentación de ceder, pero debemos recordar que si cedemos una vez, sencillamente les estamos enseñando que para conseguir lo que quieren sólo tienen que insistir más tiempo o gritar más o llorar más alto. 
Nunca cedemos, pero si lo hacemos será porque haya una razón, así que se le explica al niño que esa vez es una excepción y por qué lo es.

Último consejo, pero no por eso menos importante: no sólo extingamos o ignoremos las conductas que no nos gustan, sino que les prestemos atención cuando hagan cosas que nos gustan, cuando se portan bien, y que les digamos lo bien que lo hacen, lo contentos que nos pone eso que han hecho, lo mucho que nos gusta..


Recordemos educar en positivo, volvamos a ver las cosas que sí hacen bien, lo que nos gusta de nuestros hijos, en vez de focalizar tanto en lo que no hacen o hacen "mal".



Higinia Fernández Peña
www.psicologiacreciendo.com

miércoles, 14 de mayo de 2014

Reforzar y castigar. Parte 1

Creo que el primer paso para hablar de reforzar y castigar es explicar a qué nos referimos con ello. Castigo es una palabra muy común que seguramente todos entendamos, pero refuerzo puede que no. 
Tanto un refuerzo como un castigo son consecuencias de una acción o comportamiento, la diferencia es que el refuerzo es una consecuencia positiva, algo deseado, necesitado o que queremos; mientras que el castigo es una consecuencia negativa. 

Hasta ahí todo parece sencillo, pero la verdad es que muchas veces se escucha la frase: "es que le dan igual los castigos" o "le regaño y sigue haciéndolo", y muchos padres cuando se habla de reforzar a sus hijos dicen que no creen que haya que premiarles por hacer lo que deben o que comprarles algo cada vez que se portan bien les puede llevar a la ruina.


Revisemos estas ideas:

Las conductas se asientan gracias al refuerzo.
Los niños viven en el presente, no tiene consolidado el concepto de tiempo, y por ello no actúan por las mismas razones que los adultos. Que comer fruta sea bueno para la salud o que no lavarse los dientes pueda crearles una caries no les importa, porque no son cosas que vayan a pasar de inmediato, no son consecuencias visibles. Un niño repite una conducta por la consecuencias (positivas o negativas) que aparecen justo después.

Pensémoslo así: cuando un bebé señala el agua o dice agua, consigue lo que quería: agua. De esta forma, la siguiente vez que tenga sed volverá a señalar o a decir la palabra agua. O, cuando son más mayores, un niño al que se le felicita por poner la mesa es más probable que vuelva a ponerla al día siguiente.
                               Acción--> consecuencia positiva deseada = repetir esa acción.

Lo que conocemos por la TV o libros como refuerzo mediante puntos o premios, o economía de fichas, es una técnica psicológica que se usa para instaurar conductas que el niño no ha adquirido previamente o que le resulta complicado realizar. Necesita una serie de condiciones, y debe realizarla un profesional, porque si no se puede convertir simplemente en hacer las cosas para conseguir un premio y los niños no llegan a comportarse por iniciativa propia, sino que empiezan a esperar recompensas por todo.

Por eso, cuando los psicólogos hablamos de reforzar, no nos referimos en principio a dar cosas físicas o comprar juguetes, aunque puede que en ocasiones recomendemos hacerlo como parte de la terapia individual y personal porque lo veamos conveniente como inicio.

Lo potente que sea un reforzador depende de la persona, de sus gustos y deseos, pero para los niños en general, el reforzador más potente es el que llamamos reforzador social, es decir, halagos, cariño, atención...En el ejemplo que decíamos de poner la mesa, sería el decirle "¡Qué bonita te ha quedado la mesa!" si se ha preocupado de poner los cubiertos de alguna forma especial o poner un mantel bonito, o "¡Qué bien pones la mesa!", o "¡Qué alegría que hayas puesto la mesa para mamá/papá/comer juntos...!". Sentir que su acción es valorada o que ha puesto contentos a los padres es un motivador muy fuerte para un niño.


La atención de un padre es un tesoro para un hijo, sobre todo si los padres pasan mucho tiempo fuera de casa o hay varios hermanos con los que compartir esa atención. Precisamente por el poder que tiene, hay que tener mucho cuidado con cómo y cuándo la damos.

Lo que quiero decir es que muchas veces pensamos que estamos dando una respuesta negativa a un niño, ya sea regañando o llamándole la atención para que deje de hacer algo, y sin embargo no conseguimos lo que pretendíamos, lo que nos resulta incomprensible. ¿Cómo es posible que el niño repita una conducta cuando acabamos de pasarnos 10 minutos explicándole que no debe hacer eso? Pues precisamente porque le hemos dedicado 10 minutos a él exclusivamente, con lo que le hemos enseñado que la mejor forma de tener a mamá o a papá pendientes de él es portarse mal.

                            Aquí es donde entra en juego un tercer concepto: la EXTINCIÓN

De todo esto seguiremos hablando en la segunda parte.


Higinia Fernández Peña
www.psicologiacreciendo.com