Actualmente se habla mucho de la inteligencia emocional, y de la educación en inteligencia emocional. Puede que haya quien lo considere una moda o una nueva teoría psicológica, pero lo cierto es que muchos niños y adolescentes presentan problemas porque no reconocen lo que sienten, porque no lo aceptan o porque no saben expresarlo adecuadamente.
Cuando los niños son pequeños no saben ponerle nombre a lo que sienten, ni qué hacer con ello. Es nuestro trabajo como padres el el enseñarles a conocer las diferentes emociones que existen y saber qué hacer con ellas. Pero nosotros tampoco hemos sido educados emocionalmente, y solemos cometer un error generalizado y muy común: hemos adjudicado el adjetivo de "malas" a determinadas emociones, cuando en realidad las emociones no son buenas ni malas. Simplemente hay algunas que no nos gustan, porque no son placenteras.
A nadie le gusta sentirse triste, por eso parece que estar triste es algo negativo, algo malo que debemos evitar o quitarnos de encima lo antes posible. "No llores", "anímate", "llorando no solucionas nada"...Hay muchos mensajes que nos llevan a creer que esta emoción está mal, que no debemos sentirnos tristes.
Igual nos pasa con el enfado. Porque además, en muchas ocasiones pretendemos que los niños no se enfaden por las cosas. Puede que nos parezcan cosas sin importancia, pero para ellos son importantes (por eso se enfadan), y tienen derecho a hacerlo.
Ante determinadas situaciones, es normal experimentar tristeza o enfado. Es la emoción correspondiente a lo que ha ocurrido y debemos permitirnos sentirlas y permitir que los niños las sientan y las expresen. Ojo, no se trata de fomentar la emoción o regodearnos en ella, pero tampoco reprimirla o evitarla.
Muchas veces el problema no está en que el niño esté triste, sino en la emoción que eso me provoca a mí como adulto: incomodidad e impotencia. Porque no nos gusta verlos tristes o que lo pasen mal y queremos solucionarlo lo más rápido posible.
Hay que asumir que no siempre se puede, que hay penas que no se van en cinco minutos (no es lo mismo la pena por despedirse de mamá cuando se va a trabajar que la de perder un juguete apreciado o que la pena de que no te inviten a un cumpleaños o pelearse con el mejor amigo, o perder una mascota, un familiar...).
En cuanto al enfado, quizá la razón de querer extinguirlo es que tendemos a asociar enfado con rabieta. Y no es lo mismo. El enfado es la emoción, lo que sienten; y la rabieta es la conducta, su forma de expresar el enfado. [Aquí hay que hacer un paréntesis para indicar que en los niños, pena y enfado van de la mano, y muchas veces las rabietas salen de una profunda pena].
Así que el problema no está en que sientan enfado o pena, sino que en la mayoría de los casos no saben qué hacer con una emoción tan fuerte. Ahí es donde debemos ayudar: modificar la conducta si no es adecuada (cuando pegan, rompen cosas, gritan...) y enseñar posibles alternativas. Es mejor dar más de una posibilidad para que ellos puedan escoger la que mejor les parezca y les sirva.
Por último, recordar que nosotros somos los mejores maestros: aceptemos y expresemos adecuadamente las emociones, y ellos aprenderán de nosotros.
Así que el problema no está en que sientan enfado o pena, sino que en la mayoría de los casos no saben qué hacer con una emoción tan fuerte. Ahí es donde debemos ayudar: modificar la conducta si no es adecuada (cuando pegan, rompen cosas, gritan...) y enseñar posibles alternativas. Es mejor dar más de una posibilidad para que ellos puedan escoger la que mejor les parezca y les sirva.
Por último, recordar que nosotros somos los mejores maestros: aceptemos y expresemos adecuadamente las emociones, y ellos aprenderán de nosotros.
Higinia Fernández Peña
www.psicologiacreciendo.com