lunes, 17 de febrero de 2014

Estar triste no es malo, enfadarse no es malo

Actualmente se habla mucho de la inteligencia emocional, y de la educación en inteligencia emocional. Puede que haya quien lo considere una moda o una nueva teoría psicológica, pero lo cierto es que muchos niños y adolescentes presentan problemas porque no reconocen lo que sienten, porque no lo aceptan o porque no saben expresarlo adecuadamente.

Cuando los niños son pequeños no saben ponerle nombre a lo que sienten, ni qué hacer con ello. Es nuestro trabajo como padres el el enseñarles a conocer las diferentes emociones que existen y saber qué hacer con ellas. Pero nosotros tampoco hemos sido educados emocionalmente, y solemos cometer un error generalizado y muy común: hemos adjudicado el adjetivo de "malas" a determinadas emociones, cuando en realidad las emociones no son buenas ni malas. Simplemente hay algunas que no nos gustan, porque no son placenteras. 

A nadie le gusta sentirse triste, por eso parece que estar triste es algo negativo, algo malo que debemos evitar o quitarnos de encima lo antes posible. "No llores", "anímate", "llorando no solucionas nada"...Hay muchos mensajes que nos llevan a creer que esta emoción está mal, que no debemos sentirnos tristes.

Igual nos pasa con el enfado. Porque además, en muchas ocasiones pretendemos que los niños no se enfaden por las cosas. Puede que nos parezcan cosas sin importancia, pero para ellos son importantes (por eso se enfadan), y tienen derecho a hacerlo.

Ante determinadas situaciones, es normal experimentar tristeza o enfado. Es la emoción correspondiente a lo que ha ocurrido y debemos permitirnos sentirlas y permitir que los niños las sientan y las expresen. Ojo, no se trata de fomentar la emoción o regodearnos en ella, pero tampoco reprimirla o evitarla.


Muchas veces el problema no está en que el niño esté triste, sino en la emoción que eso me provoca a mí como adulto: incomodidad e impotencia. Porque no nos gusta verlos tristes o que lo pasen mal y queremos solucionarlo lo más rápido posible.

Hay que asumir que no siempre se puede, que hay penas que no se van en cinco minutos (no es lo mismo la pena por despedirse de mamá cuando se va a trabajar que la de perder un juguete apreciado o que la pena de que no te inviten a un cumpleaños o pelearse con el mejor amigo, o perder una mascota, un familiar...). 


En cuanto al enfado, quizá la razón de querer extinguirlo es que tendemos a asociar enfado con rabieta. Y no es lo mismo. El enfado es la emoción, lo que sienten; y la rabieta es la conducta, su forma de expresar el enfado. [Aquí hay que hacer un paréntesis para indicar que en los niños, pena y enfado van de la mano, y muchas veces las rabietas salen de una profunda pena].

Así que el problema no está en que sientan enfado o pena, sino que en la mayoría de los casos no saben qué hacer con una emoción tan fuerte. Ahí es donde debemos ayudar: modificar la conducta si no es adecuada (cuando pegan, rompen cosas, gritan...) y enseñar posibles alternativas. Es mejor dar más de una posibilidad para que ellos puedan escoger la que mejor les parezca  y les sirva.


Por último, recordar que nosotros somos los mejores maestros: aceptemos y expresemos adecuadamente las emociones, y ellos aprenderán de nosotros.





Higinia Fernández Peña
www.psicologiacreciendo.com


jueves, 13 de febrero de 2014

"Portarse bien" no basta

"Pórtate bien".
Dos palabras que repetimos tantas veces al día a los niños, con todas sus posibles variantes: "No te estás portando bien", "hoy se ha portado fatal", "si te portas bien te compro algo"...
Sólo hay un problema en esa frase tan famosa y tan repetida en todo el mundo: ¿Qué es portarse bien? Seguramente, si todos hiciésemos una lista con las cosas que considerásemos portarse bien, habría muchas cosas comunes: estar quieto, hablar sin gritar, no pegar, no romper cosas... Pero probablemente también habría cosas que serían diferentes en cada casa según las necesidades familiares, el carácter del niño...Y bajo esos mismo criterios, no todos consideraríamos el mismo punto como el más importante. Quizá para unos padres lo más importante sea que su hijo se comporte adecuadamente, para otros será que hable apropiadamente, para otros que obedezca a la primera orden, que mantenga el orden y los horarios en casa...

Así podemos ver que portarse bien no es una verdad universal, y que incluso entre los adultos puede haber problemas para definir esa expresión. Con mayor razón es confuso para los niños y no siempre funciona como nos gustaría. Un niño no puede "portarse bien" (sea lo que sea lo que queramos decir con ello) si no le damos instrucciones específicas sobre lo que esperamos de él.

Desde pequeños debemos dejarles claro lo que significa ese portarse bien con indicaciones explícitas: "las cosas se dicen sin gritar", "Cuida las cosas para que no se rompan", "no se pega", "en las salas de espera hay que hablar bajito", "después de jugar hay que recoger"...y así con todo.
No se trata sólo de decirle lo que NO hay que hacer (los niños tienen más claro qué es portarse mal, por todas las cosas que les decimos que no se hacen), sino de decirles cómo SÍ se deben comportar.


En conclusión: Pautas e instrucciones claras, refuerzo de las conductas adecuadas y dar ejemplo son las mejor forma de que ellos se "porten bien".






Higinia Fernández Peña
www.psicologiacreciendo.com



lunes, 10 de febrero de 2014

Pautas para afrontar la frustración

Educa en el esfuerzo pero marcando objetivos posibles. Los niños tienen que aprender que es necesario esforzarse para conseguir ciertas cosas. Sin embargo, hay que recordar que el nivel de exigencia ha de ser adaptado a su edad y capacidades: si le exigimos demasiado, no lo conseguirá y pensará que esforzarse al final no sirve para nada. 


Deja que haga las cosas por sí mismo. No le des todo hecho, haz que piense, aunque al principio se equivoque, o aunque eso signifique que tarda más o no lo hace todo lo bien que nos gustaría.
Vestir o dar de comer a un niño es más rápido que darle el tenedor y ver cómo se mancha y tener que guiar sus pasos prenda tras prenda, pero dejando que lo haga solo (cada cosa en su edad correspondiente, claro) fomentamos su iniciativa personal, su autonomía y evitamos que tenga miedo a hacer las cosas por sí mismo.Además, si falla le estamos dando la oportunidad de enfrentarse al fracaso y buscar soluciones


Cambia la forma de ver los fracasos. Cuando algo les salga mal debemos intentar que no lo vean como algo negativo, son cosas que pasan, y que lo importante es darse cuenta de dónde nos hemos equivocado para que no vuelva a ocurrir. Si lo entiende se sentirá tranquilo y ganará confianza porque sabrá lo que tiene que hacer la próxima vez. 
Con esto le enseñamos también a ser perseverante. El esfuerzo es importante, pero hay que esforzarse poco a poco y no abandonar ante el primer fracaso o dificultad.


    No refuerces la rabia como respuesta a la frustración. Cuando un niño siente frustración suele responder con rabia. Si cedemos a sus rabietas, le enseñamos que esa es una forma fácil de superar esa situación y conseguir lo que quiere. 


    Sé ejemplo. Los niños aprenden e imitan lo que ven. Somos un modelo de conducta para ellos, nuestro modo de actuar es el que les guía para enfrentarse a situaciones de la vida. Ante situaciones que puedan provocar frustración o fracasos, debemos mantener una actitud positiva. Y esforzarnos por superar las dificultades.






    Higinia Fernández Peña
    www.psicologiacreciendo.com

    lunes, 3 de febrero de 2014

    Los límites en el crecimiento

    Los límites no son sólo necesarios para aprender a manejar la frustración, sino que son parte importante en el desarrollo madurativo y de la personalidad.



    A nadie le gusta sentirse limitado, pero sí nos gusta sentirnos seguros, ver que tenemos la posibilidad de probar cosas nuevas dentro de un marco controlado.
    Durante el proceso de desarrollo, los niños necesitan un lugar seguro para crecer, un cerco limitado dentro del cual actuar y explorar. Igual que cuando son pequeños y empiezan a gatear,  lo hacen siempre dentro de un radio en el que puedan ver a sus padres y volver en caso de amenaza, establecer los límites cuando van creciendo les da la seguridad para experimentar. Claro que esos límites se van ampliando y cambiando según la edad: un niño de 5 años no va a ir solo a comprar el pan, pero sí puede pedir la barra cuando vaya con su madre; pero un adolescente de 13 podrá ir solo a la tienda, pedir y pagar.

    La mayor parte de los adolescentes refunfuñan, se quejan y lamentan de sus padres, de lo injustos que son, de las mil normas que tienen, de que no les dejan libertad…igual que hicimos nosotros a su edad y que han hecho y seguirán haciendo todos los adolescentes a lo largo de la historia. ¿Quién no ha dicho de sus padres que son injustos y poco comprensivos y crueles por hacerle volver a casa mucho antes que al resto de sus amigos? Sin embargo, esos mismos adolescentes son los que más queridos se sienten por sus padres (cosa que nunca admitirán frente a ellos, por supuesto).
    Hay estudios que indican que los niños a los que no se les ha puesto límites a lo largo de su vida sienten que sus padres no se preocupan lo suficiente por ellos, que esa falta de límites equivale a una falta de interés.

    Intentar romper esos límites y enfrentarse a los padres es una etapa muy importante en el crecimiento que se presenta en dos momentos del desarrollo: alrededor de los 4 años y en la adolescencia. Claro que la forma de enfrentamiento es diferente, pero la causa es la misma: el niño está forjando su personalidad como individuo independiente de sus padres y necesita sentirlo. Por eso en ambos casos aparece el NO como respuesta: en los adolescentes al hacer exactamente lo contrario de lo que sus padres le dicen, y en el niño pequeño de una forma mucho más directa, tanto con la cabeza como oralmente, en ese tiempo en el que su única respuesta sin razón alguna a todo es…NO.

    Que ellos necesiten hacerlo no significa que debamos ceder, sino más bien al contrario: ya que ellos lo necesitan, debemos darles esos límites para que puedan tener algo a lo que enfrentarse, para que puedan atravesar esa etapa de desarrollo de la personalidad.


    Los límites ayudan a criar niños más pacientes, más adaptados y preparados y más seguros de sí mismos. Debemos ver entonces los límites como aliados para la educación, como una inversión actual para prevenir problemas futuros.








    Higinia Fernández Peña
    www.psicologiacreciendo.com