jueves, 30 de enero de 2014

Los niños y la frustración. Parte 2

Hemos de tener muy presente que el niño no es naturalmente responsable, ni altruista, ni controlado, ni constante, ni objetivo. Por eso necesita que se le enseñe a utilizar los propios controles. Acomodarse a la frustración, saber aceptarla y hacerle frente, es también de suma importancia de cara a posibles adicciones. Se ha demostrado que una característica primaria en los drogodependientes es precisamente la poca resistencia a la frustración. Algo parecido podría decirse de los alcohólicos.

La frustración es parte de la vida. No podemos evitarla, pero sí podemos aprender a manejarla y a superarla. Generalmente es en la infancia cuando aprendemos a tolerar la frustración.

Cuando un niño es muy pequeño, cree que el mundo gira alrededor de él. Piensa que se merece todo lo que quiere, en el momento en que lo quiere. No sabe esperar, porque no tiene el concepto de tiempo, ni la capacidad de pensar en los deseos y necesidades de los demás.
Piensa que sus deseos son necesidades, y esta confusión viene de las respuestas que ha obtenido hasta ese momento: el llanto del bebé ha sido muy útil para reclamar la atención de los padres para que le atendieran en ese momento, pero cuando crecen empiezan a “necesitar” otro tipo de cosas además de atención, comida, aseo, sueño…
Necesita/desea que estén con él todo el tiempo, necesita/desea que le den algo que ha visto y le ha gustado…. Y ahí es cuando lo padres debemos empezar a establecer la diferencia. No todo lo que pide el niño ha de ser satisfecho inmediatamente ni todo lo que se le antoja se le debe proporcionar al instante.
Por eso, cualquier límite o cualquier cosa que le niega, lo siente como algo injusto y terrible. No puede entender por qué no le dan lo que él desea. Se siente frustrado y despojado de lo que "necesita" en ese instante. No tiene las herramientas para eliminar, disminuir o tolerar su malestar.

Si los padres o las demás personas le damos siempre lo que pide inmediatamente, no aprende a "aguantar" la molestia que le provoca la espera o la negación de sus deseos y al llegar a la edad adulta, sigue sintiéndose mal ante cualquier límite o ante la necesidad de posponer una satisfacción. Siente que necesita eliminar inmediatamente dicho malestar. ¿Cómo? Haciendo lo más fácil o lo primero que se le ocurra, con tal de que se le pase la molestia o incomodidad. Piensa sólo en el bienestar de ahora, sin pensar en los resultados futuros.
La poca tolerancia a la frustración provoca que, ante cualquier incomodidad, nos desmotivemos y abandonemos nuestras metas y proyectos. Esto se puede ver fácilmente en los niños que no hacen los deberes, o que se niegan a estudiar. Ambas actividades son poco placenteras, y no le dejan hacer lo que verdaderamente quiero (ver la tele, jugar, salir con los amigos…), por lo que las abandona.





Higinia Fernández Peña
www.psicologiacreciendo.com


martes, 28 de enero de 2014

Los niños y la frustración

Dentro de las responsabilidades de los padres en la educación de los hijos está una muy importante que solemos olvidar: enseñar a los niños a frustrarse.

Todos conocemos las famosas frases: La vida es injusta o No siempre se consigue lo que se quiere. También es algo sabido por todos que los padres siempre quieren darle todo a sus hijos.
¿Cómo preparar entonces a los niños para una vida en la que van a encontrar limitaciones a la vez que les ofrecemos todo lo que podamos darles?

Quizá el problema es que esto último no está lo suficientemente especificado: los padres deben darle a sus hijos todo…lo que necesitan. Porque tenemos la idea errónea de que darles todo lo que nosotros no pudimos tener o ceder a sus peticiones les va a ayudar, que así van a ser felices, e incluso que nos van a querer más.

Una persona feliz no es aquella que no se equivoca nunca o aquella que siempre consigue todo lo que quiere. Todas las personas cometen errores, y a todas las personas les cuesta conseguir lo que quieren. Es parte de la condición humana. Una persona feliz, es aquella que sabe afrontar sus errores, aprende de ellos y sabe superar la frustración de forma constructiva.

Si evitamos a nuestros niños y niñas las frustraciones, llegará un día irremediablemente en el que tendrán  que enfrentarse a esto y no podrán hacerlo porque no tendrán los recursos emocionales para ello. Debemos ver la frustración y los errores como parte de la vida, y por lo tanto es nuestra responsabilidad hacer que estén preparados para ello

Se entiende por frustración el estado de decepción que aparece cuando esperamos  realizar un deseo y nos vemos impedidos de hacerlo por cualquier motivo.
Los niños no saben distinguir necesidades básicas de lo que son sólo deseos. Somos los padres los que debemos ayudarles a diferenciar una cosa de la otra poniendo límites a sus constantes peticiones, facilitando así la experiencia de darse cuenta de que no siempre pueden tener sus deseos satisfechos inmediatamente.
De esta forma irán aprendiendo a aceptar que sentir cierta molestia o demora en la realización de esos deseos es algo inevitable, es decir, aprenderán a tolerar la frustración dándose cuenta de que hay ciertas limitaciones, tanto en ellos como en el ambiente que les rodea.



Higinia Fernández Peña
www.psicologiacreciendo.com

viernes, 24 de enero de 2014

Cuando pegan en el cole

Como padres, que nos avisen de que nuestro hijo o hija ha agredido a otro niño es una señal clara de alarma. ¿Tengo un hijo agresivo?, ¿Por qué ha pegado?, Eso no lo ha visto en casa…son algunos de los pensamientos que se nos pueden venir a la cabeza.

Lo que normalmente no tenemos en cuenta ni recordamos es que, aunque todos estamos programados para experimentar emociones desde que nacemos, reconocer esas emociones y saber manejarlas requiere aprendizaje. Los niños pequeños sienten, pero no saben qué es eso que sienten, ni qué hacer con ello, ni cómo transmitirlo.
Un niño que se siente feliz sonríe, un niño triste llora, un niño enfadado…pega o se enrabieta. Los niños aprenden el significado de lo que sienten viendo a sus padres; muy pronto les enseñamos que a las personas que se quiere se les dan besos (Dale un besito a la mamá/abuela/amiga…), pero tendemos a no explicar o dejar de lado las emociones “negativas”, quizá precisamente porque las consideramos negativas.

Una emoción no es positiva o negativa. Estar triste o enfadado no es malo, simplemente no nos gusta sentirnos así y por eso lo rechazamos, pero son emociones que nos ayudan a desarrollarnos como personas y que no podemos eliminar. Cuando perdemos algo o a alguien querido nos sentimos tristes, y debemos sentirnos así, es la respuesta natural y no se debe negar, rechazar u ocultar.
Y si se comete una injusticia con nosotros nos enfadamos, y es lógico y normal hacerlo.
Si no reaccionásemos así estaríamos perdiendo nuestra capacidad de sentirnos afectados por las cosas, lo que lleva a una impasibilidad, a un “todo me da igual”.

El problema no es el sentimiento, sino lo que hacemos con él, y esa diferencia es lo que debemos transmitir a nuestros hijos. Cuando un adulto tiene un conflicto con otro, suele  disponer de varias armas:
-         Saber lo que le ocurre (esta energía que me sale de dentro es enfado)
-         Saber por qué le ocurre
-         Vocabulario y capacidad para dialogar y expresar sentimientos
-         Capacidad para buscar soluciones

Sin embargo, un niño pequeño no posee ninguna de estas habilidades, empezando porque no entiende el sentimiento. Sólo sabe que, ante una situación, le embarga una necesidad de actuar, de soltar toda la energía que se le ha acumulado de pronto y que le lleva a agredir. Si los adultos tendemos a insultar, decir palabrotas, gritar o llorar cuando estamos muy enfadados, ¿cómo juzgar a un niño que suelta su enfado pegando?

Ojo, esto no significa que debamos pasarlo por alto o reforzar este tipo de comportamientos. Al contrario, debemos dejarle bien claro a nuestros hijos que esa no es la conducta apropiada cuando uno se enfada, regañando o incluso castigando cuando la situación sea grave o muy repetitiva. Y siempre, acompañando el NO con un ejemplo de lo que SÍ. Si le decimos a un niño que no debe pegar cuando se enfade, no le estamos dando solución, sólo limitando sus posibilidades. Los niños pequeños necesitan que les demos pautas de actuación para entender bien lo que deben hacer: No se pega, si te quitan un juguete, se lo dices a la profe, pero no pegas, ¿está claro?

Estas explicaciones están pensadas para que veamos esta conducta como lo que es, y entender que no debemos asustarnos ante ella, puede que haya niños que no pasen por esta etapa, pero si lo hacen, sólo es un momento más de su desarrollo emocional como personitas.




Higinia Fernández Peña
www.psicologiacreciendo.com



martes, 21 de enero de 2014

No dejes para mañana...

Muchos de los problemas que los hijos presentan en su infancia y adolescencia son pequeños baches, cosas que deben afrontar, que cumplen una función en su crecimiento y maduración y que no nos deben preocupar. Hasta que nos deban preocupar, claro.


Sí, es cierto que el desarrollo tiene unas fases, y sí, es cierto que casi todos los niños pasan por ellas y las superan con el tiempo, pero no siempre ocurre así. 
En unos casos porque estas conductas no desaparecen, y en otros porque no forman parte de lo que hemos considerado propio de una etapa, el caso es que hay niños que necesitan una ayuda adicional para enfrentarse a situaciones que les superan.


Pero entonces...¿cuándo es una fase y cuándo nos debemos plantear buscar ayuda? 
Generalmente, cuando vemos que sus conductas empiezan a interferir (y no precisamente para bien) en el resto de áreas de su vida: en el cole, con los amigos, en su estado de ánimo o su salud, con la familia...

A veces la indicación viene de fuera, y es el tutor o algún amigo/a quien nos sugiere acudir a un psicólogo. No nos asustemos ni nos dejemos llevar por los prejuicios. Que nuestro hijo necesite un psicólogo sólo significa que necesita aprender unas pautas específicas o desaprender unas conductas, y el psicólogo es el profesional que se encarga de eso.

Tampoco nos culpemos por no haber visto que había un problema y haber actuado sobre él: no siempre es tan evidente para los padres ni siempre sabemos qué hacer ante algunos problemas infantiles o adolescentes. Hay padres primerizos o padres de hijos únicos que no tienen con qué comparar las conductas del niño para saber si son propias o no de la edad, hay situaciones que no aparecen en casa, y también hay problemas que se esconden detrás de conductas que no vemos como problemas psicológicos.


Y en caso de duda...consulta. Si el psicólogo es un buen profesional, te dirá sinceramente si ve necesaria la terapia o considera que es algo sin mayor trascendencia.

Por último...NO ESPERES A MAÑANA PARA CONSULTAR. Cuanto antes empieza la terapia, más fácil es modificar la conducta.